Te saludo con respeto; recuerdo tu presencia por lo siguiente:
a)
Por tu objetividad, porque sé que te proyectas en los
campos de la decisión y la acción,
b)
Por tu capacidad de afectar únicamente a la creencia, a
la fe y/o a la validez de un conocimiento.
El respeto que te tengo es porque tu presencia induce a investigar
a profundidad un tema.
Te respeto porque me haces reflexionar con relación al
aprendizaje de una verdad o de una certeza.
Pero, pero, pero… (tres peros), no te saludo por el daño que
provocas en los seres que dicen creer y confiar en seres amados o deseosos de amar
o ser amados.
Veo que, si entras en el campo de la subjetividad, en donde
las personas creen en alguien; en donde las personas confian en las palabras, promesas
y acciones de los demás, eres un “ente”
que puede hacer daño. Es más, sueles dañar, sueles alejar y hacer de una relación
de pareja un mundo horrible, horroroso y destructor.
Duda: te admiro, por una parte; sin embargo, por la otra, te
veo con “resquemor” porque sé que haces daño. Cuando te permitimos cobrar
fuerza; esa fuerza te la damos nosotros, quienes creemos más en ti que en la
certeza de las palabras, promesas y hechos de otras personas.
Si sumamos los cartas que hemos enviado a: Certeza, Soledad,
Sofía, Ofensa, Mentira, Verdad, Voluntad y otras más, te digo que todas ellas,
y tu incluida, viven en las profundidades de nuestro ser.
Nosotros les damos vida, nosotros las usamos; las hacemos
crecer o desaparecer.
Nosotros tenemos el dominio de su poder…
Y, en última instancia, cada quien decide tener certeza,
sentirse ofendido, usar la mentira o la verdad, emplear la voluntad, o
simplemente, dudar de todo.
Hasta pronto.